domingo, 14 de agosto de 2016

26-XI-2009

Hola a todos.

Abrumadora escena la protagonizada ayer noche por la Madre y la Hija. Entre gemidos y sollozos acusó Casiopea a la flor de sus entrañas de “haberse perdido, tu alma se condenará si no cesas de revolcarte en la concupiscencia y te arrepientes de inmediato” (la conversación transcurrió íntegramente en albionés, pero la traducción es, por increíble que pueda pareceros, bastante ajustada). Perséfone abandonó Palacio bogando en un mar de lágrimas (no cree demasiado en los infiernos, pero adora a su Mummy), y aun cuando sobreponiéndose a la zozobra se encaminó al lugar donde su nueva pareja, ataviada de domingo y con el champagne a punto, esperaba ansioso para celebrar la buena nueva, se mostró durante toda la velada malhumorada y doliente, muy poco inclinada a compartir una noche de razonable pasión. Y mientras la Reina, temblorosa, se retiraba a sus habitaciones, que más parecen ahora el decorado de algún estreno de brujas adolescentes o de vampiros contra licántropos, pues amontonados sobre los dieciochescos sifonieres y a lo largo de las sombrías cómodas se arremolinan toda suerte de nigrománticos enseres, aspersorios, vinajeras, astrolabios, pentáculos góticos y hasta un buda silente, circundado por seis cuencos con agua bendita del Valle del Ladakh y adornado con flores de albaricoque, varias tablas de la Ouija y como treinta o cuarenta cartas del tarot desparramadas arbitrariamente sobre la alfombra persa…¿arbitrariamente?. Casiopea está obsesionada con la idea de su maldición familiar y de un inminente apocalipsis (¿pues qué otro sentido podría abrigar este Universo, una vez caídos los Brabones en desgracia?), y consulta cada media hora a todo tipo de videntes del séptimo día y discípulos de Gurdjieff, veremos. Un saludo a todos.

Herederos de Pilar. 

PD. Cachuzo a la niña de sus ojos; por piedad, no consumes públicamente tu concubinato antes de mi discurso de la Noche Buena.

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